Los mercados de abastos son los mercados de la ciudad

Durante años, los mercados de abastos fueron imprescindibles puntos neurálgicos de encuentro e intercambio socioeconómico. Pero los hábitos de vida y de consumo han cambiado mucho desde entonces (la incorporación de la mujer al mundo laboral y la redistribución de las tareas domésticas, la proliferación de supermercados y grandes superficies, el comercio por Internet, las transformaciones en los modelos familiares y laborales, etc.) y la gran mayoría de los mercados no ha podido o no ha sabido adaptarse a estos cambios ni ofrecer un soporte diferencial.

Si nos damos una vuelta por algunos de nuestros mercados de la ciudad, encontramos puestos cerrados, escasa variedad de productos y escasa diversidad de personas usuarias, edificios desconectados de la actividad barrial, etc. siendo algunas de las patologías que sufren algunos mercados en la ciudad de Zaragoza.

Sin embargo, es curioso observar como, a pesar de la decadencia sistémica que padecen, estos espacios siguen teniendo un alto valor simbólico para muchas personas y siguen siendo un punto esencial de la vida en las ciudades, no solo en la nuestra.
Algunos, por su claro valor patrimonial – material o inmaterial- y por su importancia en la memoria colectiva, otros, por su posición estratégica en la trama urbana o por la inercia que todavía conservan sus comercios tradicionales.

Cuando nos preguntamos por la función del mercado de barrio, la reflexión rápidamente se traslada al ámbito de lo cotidiano, al ámbito en el que lo doméstico se cruza con la ciudad – la conciliación de tareas productivas y reproductivas, los tiempos personales y de traslados, las relaciones de confianza entre el comerciante y el consumidor, etc.-  e inmediatamente después, salta a una esfera comunitaria, que nos permite valorar los modelos de consumo, el mercado como espacio cercano para garantizar el abastecimiento de calidad, la oferta de producto de proximidad o el cuidado medioambiental.

Es imprescindible entender, por tanto, el espacio del mercado como un espacio de interés colectivo, un recurso que debería formar parte de la red de activos para la salud, los cuidados y la convivencia. Este es, probablemente, el mayor potencial que lo diferencia de otras superficies comerciales: el mercado como un espacio de consumo de proximidad, pero también de encuentro social, de intercambio, de aprendizaje común y un gran motor para avanzar conjuntamente (consumidor, comerciante e incluso productor) hacia modos de consumo y producción más sostenibles y responsables.
Parece claro, por tanto, que es necesario impulsar procesos de reflexión que nos permitan buscar soluciones que activen estos espacios obsoletos y que rompan la inercia negativa que lleva años empujando a muchos de ellos, entendiendo y  remarcando sus potencialidades frente a otros lugares comerciales.
El mercado de barrio debe coexistir y crear sinergias con los consumidores, pero también con los comerciantes próximos, con asociaciones vecinales, personal municipal, entidades sociales, culturales y artísticas del barrio y de la ciudad, productores locales, etc.
No olvidemos que los mercados pueden convertirse en piezas clave para el encuentro e intercambio social, económico y cultural del barrio, para la calidad de vida cotidiana de vecinas y vecinos, para el impulso de modos de consumos de cercanía, más responsables y sostenibles y para dar soporte a actividades e iniciativas y generar sinergias entre distintas actividades económicas, sociales, culturales.
Los mercados de barrio son los mercados de la ciudad

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